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René Girard - La violencia y lo sagrado.Editorial Anagrama, 2009. España.
Cualquier cambio jerárquico en la clasificación de las especies vivas o de los seres humanos amenaza con descomponer el sistema sacrifical. Esto resulta insalvable ya que el hecho de inmolar el mismo tipo de víctima basta para provocar por sí solo estos cambios. En este sentido la costumbre si sitúa como fundamental y más en el campo de la religiones porque éstas la necesitan al ser impotentes para adaptarse a las novedades. Al mismo tiempo la religión tiene como objetivo impedir el retorno de la violencia recíproca. El etnólogo Jules Henry al hablar sobre los kaingang dice “Basta un solo homicidio para que el homicida entre en un sistema cerrado. Necesita matar una y otra vez, organizar auténticas matanzas, para suprimir a todos aquellos que, un día u otro, podrían vengar la muerte de sus parientes”.
Si el rito sacrifical se forma para crear una purgación, lo característico de este proceso es que se desarrolla de forma pareja a lo que sucede con la descontaminación de instalaciones atómicas. Después de que el empleado descontamina debe de ser descontaminado a la vez. Otra paradoja es la que señalada por Heráclito en el fragmento 5:
"En vano se purifican manchándose con sangre, como si alguien, tras sumergirse en el fango, con fango se limpiara: parecería haber enloquecido, si alguno de los hombres advirtiera de qué modo obra. Y hacen sus plegarias a ídolos, tal como si alguien se pusiera a conversar con cosas, sin saber que pueden ser dioses ni héroes.”
En ocasiones las víctimas que el sacrificio pretende proteger terminan adquiriendo esta condición de víctima porque la violencia es excesiva y debe de buscar un lugar de salida. Así sucede en “La locura de Heracles” de Eurípides. Esta violencia desbordada también tiene como característica la eliminación de la diferencia, como ocurre entre los antagonistas de la mitología clásica (Esquilo, Sófocles y Eurípides). Así, en el debate trágico, se recurre a los mismos medios para el mismo fin, la destrucción del adversario (por ejemplo Tiresias atacando a Edipo).
La crisis sacrifical, es decir la pérdida del sacrificio, se da cuando se ha perdido la diferencia entre violencia impura y la violencia purificadora. Entonces llega el momento de que la violencia impura se disemina por la comunidad. Una plasmación de esta crisis sacrifical la podemos ver en la metáfora del diluvio que licúa todas las cosas y que, de igual manera, está en el Génesis y en Shakespeare. De la misma manera no hay fenómeno arraigado en la violencia impura que no sea susceptible de invertirse y convertirse en benéfico.
Un eje importante es la fobia a los gemelos que surge porque aparecen dos individuos cuando sólo se espera a uno de ellos. Siguiendo el concepto mimético resulta consecuente que donde falte la diferencia, amenace la violencia. Así sucede con los hermanos parecidos físicamente que de por sí generan inquietud. Precisamente la sociedad sólo permite un tipo de personalidad, con lo que la rivalidad violenta se hace inevitable. Es aquí cuando hay que conectar el tema de los mitos de los hermanos enemigos con la fobia a los gemelos y con cualquier parecido fraternal.
Malinowski, en “El padre en la psicología primitiva” (Londres, 1926), demuestra que una fobia puede perpetuarse sin obrar consecuencias desastrosas. También en ella el padre, psicoanalíticamente hablando, da la forma, mientras que la madre es la materia. Al aportar la forma el padre diferencia a los hijos de la madre. Entonces los hijos se parecerán al padre pero no deberán parecerse entre sí. Al ser los hermanos enemigos (como suele pasar en la mitología) siempre hay diferenciación. Los hermanos enemigos, que proliferan en los mitos griegos, sugieren que hay crisis sacrifical y que el mismo mecanismo simbólico nos señala constantemente.

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